Al margen del valor comarcal de la palabra, que define al “churro” como valenciano de población con influencia dialéctica castellana, se conoce igualmente, y con mayor frecuencia, como una “chapuza” o algo realizado sin gracia, arte ni cuidado. O séase, como todas las obras que las mentes calenturientas de Giuseppe Grezzi y Joan Ribó están llevando a cabo en la ciudad de Valencia, obras faraónicas que no son amores, pero que sin duda alguna tendrán “buenas razones” particulares.

En Picassent, los vecinos se han manifestado a favor de un churrero que lleva años vendiendo en el mercado, y que una normativa tan absurda como tantas otras de rojo satén, envía a churrero y churrería a las afueras de la población. Lo que indica que el ayuntamiento de aquel pueblo ha hecho un “churro” con el churrero. En Valencia los “churros” están en toda la ciudad, pero la “churrería” está ubicada en el ayuntamiento con dos churreros que no son valencianos pero hacen churros aunque habría que enviarles a la “porra”.

Las apariciones de Miguel Ángel Revilla en televisión fijo en “El hormiguero”, suelen ser monólogos porque no da opción a que hable nadie más, incluido Pablo Motos. Llena el programa de “churros”, pero tienen cierta gracia y resulta cómico. Naturalmente, entre tanta perorata siempre aparece algo con mucho sentido común en este humorista que se gana la vida como presidente de Cantabria. Ayer se metió con el rey el “demérito”, con el presidente Sánchez y con el bicho exterminador. Y alegó que “el pánico contagia pánico”, con lo que tenía toda la razón y no fue ningún “churro”. Cantabria tiene un presidente cómico y España uno patético.

En Alfarp se escaparon dos toros bravos de una ganadería que andan sueltos por los campos. Ocasión de oro para los animalistas antitaurinos de acercarse por allí, enfrentarse a los dos astados y cuidarles y mimarles para que no sean reducidos o lastimados por la fuerza. Todavía están a tiempo, porque las dos reses todavía no han sido reducidas al día de hoy.