
En la irrealidad de la nueva normalidad abundan las contradicciones como en cualquier otro orden de la vida, incluido el matrimonio o la pareja de hecho y escaso derecho. Las normativas, como casi todas las habidas siempre, parecen estar dictadas para saltárselas a la torera, con perdón de los animalistas por la expresión feminista y taurómaca.
El fin de semana estuvo marcado por un acontecimiento “importantísimo” de alto y vital interés social: la vuelta de la liga de fútbol profesional, que no va a curarnos del miedo al bicho, pero sí distraer nuestra atención rescatando a los aficionados de entre los muertos y contagiados que yacen en los informativos aterradores. Partidos en estadios vacíos, pero con cientos de miles espectadores que cambian por fuerza el asiento plástico del estadio por el mullido y socorrido sofá casero, con el que se llevan muchos aburrimientos y tediosas veladas compartidas. Como viejos amigos, previo pago, la televisión ofrece, al menos, algo que no sea esquelas u hospitalizados. Y el aficionado cambia el chip.
Pero la contradicción existe en este nuevo fútbol pandémico de extraño acontecer. Por un lado, los jugadores y árbitros se saludan codo con codo como buenos colegas, guardan las distancias y los suplentes esperan un turno de suerte separados en la grada tras sus mascarillas reglamentarias. Y en el terreno de juego, tras un gol marcado, el grupo de futbolistas se apretuja amontonado, besa y abraza al feliz autor en plena orgía triunfal y en absoluta contradicción. Y en Valencia, la temporada se inició con un “derby”, anglicismo de una guerra civil del balón entre equipos paisanos repletos de extranjeros, en un campo de batalla verde esperanza como la que casi todos tenemos y en el que no siempre ganan los buenos.
También en el castigado teatro existe la contradicción. Mientras todas las normas establecidas por el bicho se cumplen en el público, con hidroalcohólicos, temperaturas y mascarillas, en el escenario del Olympia los siete actores se abrazan, se besan en los labios y sientan agrupados en ese viejo sofá que Zorrilla puso en escena en 1844 para que Don Juan declarase su amor a Doña Inés, y que interviene en todas las obras teatrales hasta el día de hoy.